Educar con inteligencia emocional a sus hijos
El control adecuado de las emociones cobra un protagonismo especial en el aprendizaje infantil, ya que llega a constituir una consistente base sobre la que, ya en la edad adulta, se sustentará la estabilidad emocional...
El control adecuado de las emociones cobra un protagonismo especial en el aprendizaje infantil, ya que llega a constituir una consistente base sobre la que, ya en la edad adulta, se sustentará la estabilidad emocional.
No resulta extraño tropezarse a menudo con personas adultas que presentan cierta dificultad para controlar su ira. Tan sólo basta con salir a la calle para comprobar, por ejemplo, cómo se suceden diariamente y, de forma frecuente, las peleas y disputas, entre los conductores. Estos episodios de "incontrolable ira" tienen, en la mayor parte de los casos, su origen en una infancia, durante la cual el componente emocional, no ha sido trabajado de forma específica.
Demasiado a menudo, la educación de los hijos se limita al terreno estrictamente cognoscitivo y del comportamiento, como las únicas dos áreas de un proceso de aprendizaje que suele presentar una tendencia común: la inhibición de las emociones. Dicha inhibición produce un nivel considerable de frustración emocional, puesto que al niño se le está enseñando a reprimir sus emociones, creyendo erróneamente que, de este modo, se le adiestra en el control de emociones potencialmente negativas como la ira o la agresividad.
Sin embargo, esta creencia ha demostrado estar completamente equivocada. Huir de las particularidades emocionales del niño como si éstas no existieran o las pudiéramos sustituir por aquellas otras que queremos potenciarles conscientemente, produce precisamente el efecto contrario al deseado. El control de las emociones pasa necesariamente por conocerlas, asumirlas y, desde dicha experiencia, identificar qué es lo que se debe trabajar para mejorarlas o controlar aquellas otras que no deseamos que afloren.
Así, no se debe reprochar nunca al niño la expresión de sus emociones, por muy molestas o inconvenientes que éstas nos parezcan. Un niño que no salta, ríe y grita cuando está alegre no presenta un comportamiento lógico.
Por el contrario, sí es conveniente facilitar la comunicación respecto a dichas emociones, que las comparta con los padres y que aprenda a trabajar con ellas para su beneficio propio. Muchas veces, el interés del adulto sobre su estado anímico es mucho más efectivo que una reprimenda.
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